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Acto de presentación en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de "Los silencios de Floridablanca", por el Embajador José Luis Pardos, también Colegial de Bolonia, bajo la Presidencia del Academico Ramón López Vilas, Colegial de Bolonia y Evelio Verdera y Tuells, Rector del citado Colegio de los españoles en Bolonia. El Acto tuvo lugar el pasado jueves, día 5 de los corrientes. Con este post, se termina la trascripción de la Vita Aegidii, que hemos venido haciendo en honor del DCL aniversario de la firma en Ancona, de su Testamento por el cardenal don Gil de Ålbonoz y Luna |
145.- La compañía estimó que Gómez había faltado a su
palabra y al tratado, por lo que, encendidos en ira, devastaron el territorio
de Orvieto y los castillos de la Iglesia que estaban próximos; saquearon las
casas de campo, esclavizaron a las mujeres, encarcelaron a los hombres, y a
todos cargaron de cadenas. Gómez, reuniendo sus tropas y las de Anichino, con
los alemanes que estaban al servicio de éste, se quejó de la injurias que le
había infligido la compañía. Todos estuvieron de acuerdo en que era necesario
castigarles. Enterada de ello la compañía, se retiró al territorio de Perugia y
puso el campamento a cuatro mil pasos de la ciudad, cerca de la aldea llamada
Bagnara. Gómez les persiguió de cerca. Finalmente, llegó a un pequeño valle que
se habría entre ambos ejércitos; las escaramuzas eran continuas. Cuando la
compañía se dio cuenta de que empezaban a escasear los alimentos y, en cambio,
el ejército enemigo aumentaba cada día, levantaron el campamento secretamente;
Gómez se dio cuenta de la maniobra, y mandó a los soldados que aprestasen las armas y se arrojasen contra el
enemigo que, lleno de miedo, huía. Dos alemanes que estaban en el campo de Gómez, varones
sobresalientes por su valor y su fuerza, cogieron las lanzas y se echaron
contra el enemigo; los demás les siguieron. Mataban a todos los que les salían
al paso. Muchos caían en manos de los campesinos, que los mataban como a
bestias. Al verlo, los ingleses y el resto de los alemanes se refugiaron en un
castillo de los peruginos, que esperaban encontrar lleno de víveres. Se
engañaron, pues estaba vacío. Nadie vivía allí. Durante dos días, los caballos,
las bestias de carga y ellos mismos, soportaron el hambre. No había pan, vino,
queso ni forrajes. Estaban rodeados por Gómez. No tenían escapatoria. Muchos se
rindieron a Gómez, quien los perdonó, a condición de que perdiesen sus bienes y
prometiesen volver a sus patrias y no volver jamás a Italia. Pero a los jefes y
capitanes, para que sirviese de ejemplo a los que se rebelasen contra la
Iglesia, no los perdonó, sino que los hizo morir ahorcados.
146.- Vencida y
aniquilada la compañía, y después de reforzar con empalizadas, fosos, y
murallas las ciudades, castillos y fortalezas de la Flaminia y las Marcas, Gil
dejó a su sobrino Blasco para que gobernase aquellas regiones, y volvió al
Patrimonio. Le llegó la noticia de que los peruginos habían ocupado algunas
fortalezas y la ciudad de Asís. Se dirigió allí. Exterminados los peruginos que
había en Asís, ciudadanos y forasteros abjuraron de sus errores. Gil les
levantó la excomunión. Permaneció algunos días en la ciudad. Mandó edificar
allí una capilla, restaurar el monasterio de san Francisco y realizar
muchas obras necesarias para la paz y buena armonía de la ciudad. Sus
contemporáneos se sumaron a los beneficios concedidos por él al templo de San
Francisco e instituyeron que, el día
veinticuatro de cada mes, se celebrasen vísperas y misa de funeral. Además fue
establecido un aniversario. Todo ello para que el Señor del cielo recibiese el
alma de Gil entre los bienaventurados. Y recordando sus propios asuntos, como
en su lugar diremos, mandó labrarse un sarcófago. Antes de marchar de Asís,
hizo abrir el sepulcro en que reposaba el cuerpo de san Francisco, pues tenía
grandes deseos de verlo.
147.- Después de esto, volvió a Perugia. Los nobles
habían recibido en ella a muchos tiranos. Perugia parecía el refugio de todos
los tiranos. Encarceló a muchos nobles, desterró a otros, y a otros impuso
multas. Todos recibieron su merecido. Y, dado que muchas ciudades de la
Campania y del Patrimonio habían padecido muchas miserias a causa de las
antedichas compañías, Gil creyó necesario favorecerlas; reparó unas y
fortificó las otras. Pero castigó a
aquellos que, abandonando la defensa de la Iglesia romana, se habían pasado a
las compañías. Castigó también, severamente, a los nobles romanos con cuyo
auxilio se habían formado las compañías. Finalmente, volvió a Viterbo e hizo
reforzar y defender, con tropas escogidas, la ciudadela que él había edificado.
Y, como se decía que el Papa iba a venir a Viterbo, hizo preparar todo para
recibirle convenientemente, a él y a los cardenales.
148.- Estando toda Italia pacificada y tranquila,
reunió a los mejores operarios y mandó construir una nave larga, fabricada con
los mejores materiales. Una vez terminada y adornada, su intención era
dirigirse con ella a Francia, para acompañar al Papa en su venida a Italia.
Pero, considerando su edad y sus achaques, desistió de la empresa. Además,
existía el peligro de que si se marchaba, se perdiesen las regiones de Italia
que él había recuperado. Por lo que añadió a la nave larga otras tres, bien
armadas y equipadas, para resistir los ataques de los piratas y las confió a hombres
de toda confianza y conocedores de la lucha naval. Para dirigir la expedición,
nombró a su sobrino Gómez, al cual le ordenó lo que ya hemos señalado, con la
ayuda de Cristo óptimo máximo, llegaron a Francia. El Pontífice lo recibió con
todos los honores. Le concedió, para que la defendiese y la gobernase, la
ciudad de Áscoli, en las Marcas, con su territorio y los tributos de la ciudad.
Además, puesto que los hermanos del cardenal estaban en difícil situación en
España y estaban rodeados de insidias por todas partes, a causa de las luchas
civiles que desgarraban por entonces España, el Papa les envió mensajeros para
que se establecieran junto a él, pues pensaba concederles importantes favores.
A Álvaro García, que era el mayor de los hermanos, lo hizo gobernador de las
Marcas; a Fernando, el menor, del Patrimonio. Les recomendó que gobernasen
aquellas regiones con toda fidelidad, justicia y honradez posibles. Por
entonces, fueron capturados algunos fratricelli,
que fueron presentados a Gil con las manos atadas a la espalda; se negaron a
abandonar sus creencias por lo que, por orden suya, murieron en la hoguera.
149.- Entretanto, fue anunciada a Gil la llegada del
Papa, e inmediatamente salió a su encuentro, dándole repetidamente las gracias
por los beneficios y honores que había concedido a sus hermanos y sobrinos.
Cuando el Papa, Gil y los demás cardenales hubieron llegado a Viterbo, mandó
presentar, a presencia del Papa, las llaves de las puertas de todas las
ciudades que había conquistado; de esta manera dio cuenta de su administración,
de modo que nadie pudiese pedirle cuentas, malévolamente, del dinero de la
Iglesia, y pidió verse libre de todos los cargos materiales y espirituales,
pues ya hacía tiempo que deseaba dedicarse al descanso de su cuerpo y de su
alma. Esta petición pareció tan justa al Pontífice, que no se atrevió a
oponerse a su voluntad. El Papa permaneció algunos días en Viterbo y se dirigió
a Roma. Gil le acompañó. Poco después, de acuerdo con el Pontífice, regresó a
Viterbo. Al cabo de tres meses, llegó su hora y murió. Tres años antes había
hecho testamento. Pero, antes de caer enfermo, le añadió un codicilo; en él
añadía algunas cosas, anulaba otras y confirmaba las demás. No es mi intención,
para no alargarme, explicar quienes fueron sus herederos y qué legó a cada uno.
Hombre tan religioso como era, mandó celebrar cincuenta mil misas solemnes.
Para cumplir esta sagrada misión, eligió a franciscanos, dominicos, agustinos,
carmelitas y sacerdotes seculares. Mandó construir varias capillas, que dotó
espléndidamente; y también dotó a cien vírgenes. Ordenó que, nueve días después
de su muerte, se diese de comer y de beber a dos mil pobres y se les diese un
vestido de lana basta y una fina túnica de lino. Para la remisión de los
cristianos cautivos de los moros, dedicó treinta mil maravedís. Largo sería
relatar sus beneficios a los pobres y los ornamentos y bienes que entregó a la
Iglesia que había mandado construir. Tampoco olvidó a sus sacerdotes, a todos
les concedió abundantes beneficios. Hay que añadir la alabanza que merece, por
haber mandado construir el edificio del Colegio de España. Estableció que
habitasen en él veinticuatro escolares, dedicados a los estudios de teología,
derecho canónico y medicina. Y, además, cuatro sacerdotes dedicados a la
celebración de la misa.
150.- ¿Habrá alguien tan inteligente y falto de
sentido que niegue que este varón fue admitido en el cielo? Pues, a una vida
tan santa y honrada, ha de seguir una muerte de acuerdo con ella, de la misma
manera vemos que a una vida corrompida no puede dar paso una muerte honrada.
¿Hubo en la vida de este hombre alguna falta que impida contarle entre los
mártires y los apóstoles?. Tanto su cuerpo como su alma, estuvieron siempre
ocupados. Dedicó todos sus esfuerzos a
la religión, a la justicia y a las buenas costumbres, hasta el punto, que me
atrevo a afirmar, que un tal varón no fue creado por deseo humano, sino por
designio divino. Así lo declararon tres Papas: Clemente VI, Inocencio VI y
Urbano V. Conservamos las cartas de estos Pontífices, llenas de magníficas
expresiones y profundos sentimientos, que demuestran que el cardenal español
Gil era sabio en actos y en palabras. Y no se equivocaban. Pues cuando fue
enviado a Italia para recuperar las regiones que la maldad y crueldad de los
tiranos tenían oprimidas, colmó siempre las esperanzas puestas en él. Todas las
ciudades de Italia que recuperó, confiesan que Gil era de carácter moderado, y
erudito en religión y en las principales ciencias. Con todo su poder, se
comportó de tal manera que todos los que estuvieron bajo su potestad no deseasen
otro dominio. Ancona, Bolonia, Foligno y otras muchas ciudades, tenían tal
opinión de él que pensaban que alguien suprahumano o un semidiós había sido
enviado a Italia desde el cielo. Muchos, a causa de las muchas e ilustres hazañas
que realizó, prefieren Alejandro Magno a Gil. Pero yo soy de otro parecer.
Alejandro se atrevió a muchas hazañas, más dignas de fama de temerario que de
insigne gloria. Le alaban que mandase abrir el sepulcro de Ciro, rey de los
persas. No encontró en él más que un escudo podrido, dos arcos escitas y una
espada. Él esperaba encontrarlo lleno de oro y plata. Gil, en cambio, mandó
abrir el sepulcro de san Francisco, por el deseo de ver su santísimo cuerpo
incorrupto, no por codicia de oro ni plata. ¿Callaré que el abad Joaquín, que
vivió cincuenta años antes que Francisco, anunció su existencia? La Sibila Eritrea,
cantó al futuro Francisco, varón santo e inocente. Faltaban dos mil
cuatrocientos noventa y siete años para el nacimiento de Francisco. Gil deseó
ardientemente ver este gloriosísimo cuerpo, cuya fama llenó toda la tierra.
Cuáles y cuán numerosos milagros realizó este cuerpo, es por demás referirlo,
pues son de sobras conocidos. Por todo ello, se interesó por verlo. Por esto es
preferible a Alejandro. No fue a ver un escudo, un arco y una espada, sino
aquel cuerpo por cuyos beneficios, méritos, y santísima vida, muchos cristianos
que estaban a punto de expirar recobraron la salud.
151.- Como ya dijimos, Gil, libre de todas las cargas de
aquella legación, volvió a Viterbo, donde murió al cabo de tres meses. Era el
año mil trescientos sesenta y siete de la era cristiana, el 23 de agosto. Al
conocer el Papa la noticia de su muerte, experimentó tan increíble dolor que,
durante dos días, no quiso recibir a nadie. Decía que había perdido un varón
inteligente, prudente, virtuoso, leal y piadoso. Al tercer día, el Papa ordenó
que se celebrasen misas con solemnes exequias en todos los templos. Gil había
ordenado que su cuerpo fuese llevado a Asís, al templo de San Francisco, donde
se había hecho construir un sepulcro; pero que si el rey de Castilla no se
consideraba ya enemigo suyo, se le trasladase a España y se le sepultase en la
capilla de San Ildefonso de la catedral de Toledo. Si el rey continuaba en su
enfado, que no lo llevasen. Cuando el rey se enteró de que Gil había muerto,
olvidó su furor. Entonces sus hermanos se dirigieron a Italia para traer su
cuerpo a España. El Pontífice se lo permitió. Por orden de los hermanos, se
eligieron hombres fuertes que se turnasen en llevar el féretro; el Papa
concedió a éstos, grandes bienes, tanto corporales como espirituales. Cuando
llegaban a una ciudad, llevaban el cuerpo a la iglesia, donde se guardaba toda
la noche y los sacerdotes celebraban funerales, pues había sido benefactor de
la Iglesia romana.
A diecinueve de noviembre del año de gracia mil
quinientos seis. Este libro fue escrito y miniado por el maestro Girólamo
Pagliaruolo, ciudadano de Bolonia, para alabanza y gloria de Dios omnipotente.